Hoy
en día es muy claro entender la relación existente entre el cerebro y la mente;
se da por descontado que la mente es el resultado de los procesos generados
dentro del cerebro. Sin embargo, esta realidad no fue clara desde el comienzo
de la humanidad, pues en la antigüedad se consideraba el pensamiento como algo
fuera del cuerpo y más cerca del alma.
En la edición de marzo de 2005 de la revista National Geographic en español, se puede leer un artículo en el que se menciona que el cerebro de los taxistas de Londres se adapta a las exigencias de ubicación espacial que ellos deben tener para poder ubicar las complicadas direcciones de la ciudad.
Pero,
¿cómo puede una masa de tejido tener la capacidad de comprender la belleza del
mundo, los sonidos de un lenguaje en particular y darles sentido y además
generar una respuesta? ¿Cuál es ese proceso maravilloso que transforma la
energía electroquímica en una esperanza, una alegría o una ilusión? Una primera
mirada puede ser dada al pensamiento del antiguo Egipto, donde se consideraba
que el pensamiento estaba directamente ligado con el corazón. Este órgano
cumplía las funciones mentales, ya sean buenas o malas; también permitía la
libertad de acción. Al morir las personas, era necesario mantener su cuerpo en
perfectas condiciones, ya que se creía que en el viaje al más allá se debían
mantener, tanto el cuerpo como el alma juntos. Los muertos, especialmente los
de alta sociedad, eran embalsamados, retirando todas las vísceras, excepto el
corazón, pues se consideraba que este debía estar presente cuando la persona
fuera juzgada.
Se
puede apreciar que para los egipcios, más que el cerebro era el corazón la
residencia de los pensamientos. Además se tenía en tan poca estima el cerebro
que era retirado por los orificios nasales, especialmente por el izquierdo, y
reemplazado por una tela. Una evidencia de la importancia del corazón en los
pensamientos de la gente egipcia está en la llamada Teología Menfita,
en la cual el Dios Ptah crea gracias a haber “pensado” con el corazón” Siguiendo en este
viaje a través del tiempo, se puede llegar a la Grecia clásica, en la cual
el gran pensador Aristóteles mencionaba ideas muy interesantes con respecto al
pensamiento, pues consideraba que nada podía estar en la mente sin haber pasado
primero por los sentidos. Sin embargo, su visión del lugar donde residía la
mente no estaba clara, pues mantenía la idea del corazón como residencia de la
mente.
Más
adelante, en la época del renacimiento, aparecen nuevas ideas más cercanas a la
realidad; ideas como la del filósofo y matemático René Descartes, quien
mencionó que existen dos elementos diferentes: la mente y el cerebro, los
cuales forman parte del aparato intelectual humano. Él señala la idea del
dualismo cartesiano, según la cual hay dos elementos separados: el pensamiento
consciente y la parte física del cerebro. Es a partir de esta idea que
finalmente se evidencia que la mente no es una cuestión etérea, sino que se
genera a partir de una serie de procesos físicos llevados a cabo en el cerebro.
Luego
de la idea de Descartes se puede mencionar, otro gran aporte dado por un
contemporáneo suyo llamado Thomas Willis (1621-1675) quien ha sido conocido
como el padre de la neurología y sugirió, no solamente que el cerebro es la residencia de la mente, sino
también que sus distintas partes dan origen a funciones cognitivas específicas.
Este
aporte es muy interesante, pues ya se percibe el cerebro como un sistema
compuesto de múltiples partes con diversas funciones y relaciones. Hacia la
misma época surge otra contribución que toma de una manera tal vez rara la idea
de Thomas Willis, pues considera que estas funciones del cerebro se relacionan
con la forma del cráneo. Esta idea es la frenología o craneología representada,
entre otros por Francis Joseph Gall, (1758–1828), quien era un anatomista
austriaco que planteaba que se puede identificar la forma de pensar de una
persona gracias a la forma de su cráneo. Su postulado decía que en la medida en
que se utilice una determinada zona del cerebro, esta se va desarrollando físicamente,
de tal manera que va “empujando” el cráneo en ese lugar, provocando en la
persona ciertas protuberancias que evidencian mayor actividad mental en esa
parte del cerebro.
Tal
vez una explicación de estas conclusiones del anatomista austriaco puede ser
encontrada en los estudios que él hacía a un grupo de reclusos condenados a
muerte, pudiendo evidenciar que muchos de ellos presentaban ciertas formas
similares en sus cabezas, lo que lo llevó a pensar que esas mismas
protuberancias se debían al comportamiento propio de este tipo de personas.
Gall definió 38 zonas en las cuales se puede dividir el cráneo. A modo de
ejemplo se pueden citar las siguientes, que, según Gall, corresponden a la zona
dedicada al análisis matemático. Como se verá más adelante, aunque la
frenología es típicamente empírica, tiene un elemento bien interesante, pues
según últimas investigaciones, sí existe una variación en la estructura
cerebral de las regiones que se usan más.
En
la actualidad, se pueden encontrar técnicas de última tecnología que ayudan a
los neurólogos a conocer aún más el cerebro de sus pacientes. Técnicas como la
imagenología de resonancia magnética permiten tener una visión muy precisa del
cerebro y además de la forma como suceden los procesos dentro del mismo. Esta
técnica permite ver el cerebro como si este fuera cortado en “rebanadas”.
Adicionalmente los neurocirujanos cuentan con una técnica usada en el momento
de practicar una intervención quirúrgica; dicha técnica consiste en determinar
las zonas de actividad del cerebro mediante una cámara que detecta las zonas
cerebrales en las cuales hay actividad, esto les permite a los cirujanos evitar
la intervención física en el cerebro, pues se pueden generar daños en el mismo,
con consecuencias graves para el paciente.
Otro
descubrimiento permite determinar que efectivamente el cerebro adapta el tamaño
de las áreas dedicadas a las actividades en función de la intensidad de las
mismas. Si una determinada actividad mental se realiza con gran énfasis,
entonces el cerebro dedicará más espacio para esta actividad en particular. En
Londres se hizo un estudio a los taxistas, quienes deben tener
gran habilidad espacial para encontrar fácilmente las direcciones. Dicho
estudio mostró que un área del hipocampo aumentó de tamaño, en la medida que el
taxista tenía más experiencia.
Otra
característica interesante en relación con el cerebro es que este puede
adaptarse a nuevas circunstancias creando nuevas conexiones entre sus neuronas,
lo cual permite, inclusive que si existe un daño en alguna de sus zonas, se
generen procesos para utilizar otras áreas y reparar el daño en la medida de lo
posible. A esto se le ha llamado plasticidad neuronal.
Como
se pudo ver en este sencillo recorrido histórico, la humanidad ha tenido que
transitar un camino largo para poder comprender que definitivamente es el
cerebro el generador de la mente y que existen en él una multitud de
relaciones, de las cuales aún se maravilla la ciencia.
Para una información más detallada se
puede consultar la página web: htp://www.egiptomania.com/mitologia
En la edición de marzo de 2005 de la revista National Geographic en español, se puede leer un artículo en el que se menciona que el cerebro de los taxistas de Londres se adapta a las exigencias de ubicación espacial que ellos deben tener para poder ubicar las complicadas direcciones de la ciudad.
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